No alcanzo a dar crédito a lo que leo y a veces escucho. Cualquier don nadie con estrado de papel dibuja el mapa de una Mallorca apocalíptica en la que no hay hotelero que no sea un sinvergüenza y un explotador que esclaviza a sus empleados, se hace rico a costa de los pobres, ensucia la isla y la llena de turistas puercos y borrachos que, a su vez, la hacen intransitable, ruidosa, hortera e irrespirable.
Al grupo de empresarios tan peculiares se suman el resto de colectivos, salvo la empresa que le da de comer a él, los cuales no se quedan atrás en la falta de sensibilidad para guardar las más elementales normas de limpieza, mantienen la ciudad y los polígonos industriales repletos de basura y desechos, plásticos y demás detritus indestructibles, por no hablar de las embarcaciones de recreo que contaminan nuestro mar Mediterráneo, destruyen Es Trenc, las calas vírgenes y amenazan las aguas nítidas de Cabrera además de matar la posidonia.
Faltan las grandes superficies y centros comerciales que ahogan literalmente al pequeño comercio, los constructores que no han dejado un solo metro de terreno sin edificar y los bancos que multiplican sus beneficios a costa de ahorradores que, en la misma línea del predicador, no tienen posibilidad de ahorrar.
Apesadumbrado y pesimista empiezo a dudar de mi privilegio de haber nacido y residir en la mayor de las islas de este Archipiélago cuando al mirar hacia la tribuna del mismo auditorio leo a una nutrida representación de residentes de otras nacionalidades afirmar con rotundidad que no vivirían en otro lugar del mundo y ni se plantean regresar a sus países de origen, pues consideran encontrarse en el paraíso. A partir de aquí ya no me aclaro. O se equivoca el tribunero o los millones de visitantes que recibimos cada año y los miles de extranjeros que trasladan aquí su residencia se han vuelto locos. Y, claro, deduzco que no puede haber tanto desquiciado, que esto, siendo mejorable, no está tan mal en relación al resto del planeta y que aquí cualquier mentecato cree saberlo todo. Y le dejan.
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