Las redes sociales tienen la fama y otros cardan la lana. Y si, hay mucha falsedad a lo largo y ancho de internet: mentirosos, oportunistas, estafadores y también, supongo, algunas buenas personas más o menos en la misma proporción que fuera de la vida virtual. Pero evidentemente lo que tal vez puedes disculpar en aras de la ignorancia, por mucha repercusión que tenga el ignorante, no tiene justificación cuando se emite desde el aparente estudio de comportamiento científico o social.
He leído estos días a más de un iluminado atribuir las fechorías de las manadas de violadores que copan las noticias de los telediarios, ¡viva el morbo manque pierda!, a la influencia del porno en las calenturientas mentes de los cobardes agresores y abusadores de señoras de indistinta edad, físico y condición. Todo antes de tener que asumir que la incultura, la falta de educación, de urbanismo, de sentido común y civilización tiene su origen en la planificación o, mejor dicho aun, el desinterés de los políticos y sus gobiernos, sean del color que sean, en mejorar los niveles de enseñanza y acceso a la formación del indíviduo en su propio desarrollo intelectual y su incardinación en la sociedad. Cuanto menos sepa la gente, mejor para ellos.
Si la industria pornográfica fuera tan influyente, no quedaría rescoldo bajo el que refugiarse, porque la fantasía sexual abarca los rincones más insospechados de nuestra condición. Y si, en las redes uno puede encontrar el porno que le dé la gana: violaciones en grupo, numeritos sado que enrojecerían al protagonista de las 50 Sombras de Grey, ginécologos gigoló, monjas untrauterinamente enfurecidas, militares muy muy hombres, enfermeras cachondas, trios, cuartetos y todo cuanto se nos pueda ocurrir en incluso más. Y bueno, no veo yo que todos los hospitales sean un cachondeo, los conventos convertidos en casa ilícitas, los cuarteles en burdeles y los intercambios de parejas menudeen a pie de playa.
Los bestias cobardes que necesitan atacar a las mujeres en grupo no son sino acomplejados incapaces de conquistar a alguien del sexo opuesto, cuyas neuronas funcionan indebidamente no por culpa de las exhibiciones teatrales que antes venían en Super 8 y ahora las tienes en el móvil, sino por la educación que no recibieron debido a la inhibición de sus padres y también de sus gobernantes. Comportamientos impropios ya no de la edad media, sino carentes del mínimo raciocinio que se nos supone a los seres humanos desde hace al menos 20 siglos y 19 años, casi 20.
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